viernes, 4 de julio de 2014

Decoding Annie Parker



Decoding Annie Parker. Steven Bernstein (dirección); Adam Bernstein, Steven Bernstein y Michael Moss (guión). Estados Unidos, 2013


Si hay un género en el que los yanquis son maestros absolutos es el de las biopics. “Based on a true story”. 
 
No debe ser fácil hacer una película sobre el cáncer de mama y sobre los métodos estadísticos para el mapeo de genes vinculados al mismo. Ahí es donde se ve el savoir-faire de los tipos. Con la vieja fórmula de contar como una historia mínima -con nombre y apellido- un proceso de décadas y que involucra a centenares de personas (físicas y jurídicas) y que se basa en última instancia en métodos matemáticos aplicados a la genética. En este caso capturan dos cosas de forma excelente: algo de los métodos y formas de pensar en la Genética de los años 70´s y 80´s (épocas que parecen antediluvianas vistas desde esta era postgenómica) y cómo vive la incertidumbre una familia afectada de una severa enfermedad genética; como una maldición, en el más puro y literal sentido de la palabra.
 
En la película se cuentan dos historias en paralelo. Por un lado, un fragmento extenso de la vida profesional de la genetista Mary-Claire King y de la vida personal de Annie Parker, paciente con cáncer de mama de causa genética.
 
King lideró el grupo de investigadores que entre fines de los 70´s y 1990 realizó un extenso trabajo que culminó con el mapeo del gen BRCA1 en el cromosoma 17, el primero en ser vinculado directamente como causante de una fuerte predisposición hereditaria al cáncer de mama. Estrictamente hablando King y su grupo no encontraron el gen, sino que localizaron la región del genoma en que se encontraba. El gen propiamente dicho se encontró 4 años después. La película cuenta de forma realista y ágil el trabajo de años, la recolección de datos, las peleas para conseguir financiación, el análisis manual de datos complejos, en fin, la forma de hacer genética en esa época. 
 
Para interesados, una buena historia del asunto puede leerse contada por la propia King aquí: Gitschier J (2013) Evidence Is Evidence: An Interview with Mary-Claire King. PLoS Genet 9(9): e1003828. doi:10.1371/journal.pgen.1003828

En paralelo a esto se cuenta la historia de vida de Annie Parker, quien sufrió –y sobrevivió hasta el día de hoy- tres cánceres. Particularmente interesante es la mitología que ella y su hermana tenían, desde niñas, sobre la enfermedad que matara a su madre. Es muy bella, sencillamente bella, la escena en la que se rompe con esa mitología y el miedo irracional. No era una maldición mágica sino una mutación que segrega en la familia. Para un racionalista y acérrimo defensor de la visión científica del mundo como yo, no puede resultar menos que maravillosa. Hasta hay un capítulo de la nueva Cosmos (Cosmos: A Spacetime Odyssey, 2014) que se llama: "When Knowledge Conquered Fear" (episodio 3).
 
Una palabra que hace tiempo no escuchaba y que antes se usaba mucho la leí por ahí en una crítica: es un “docudrama”. El tratamiento de poliquimioterapia, la ruptura de su pareja, la amistad con uno de los médicos que la acompaña (y otros que no le dan bola, en parte por la ignorancia, impensable en esta época, de que había casos de predisposición hereditaria al cáncer de mama). Eso por el lado de Parker. Por el lado de King, la lucha por mantener por más de 15 años una línea de trabajo que podía no tener ningún resultado, pero que es como se hace ciencia moderna. No hay momentos "eureka" sino trabajo metódico (mucho del cual radica en conseguir guita para seguir laburando).
 
Lo más flojo de la película, o por lo menos lo que deja más sabor a poco, está en el título. O mejor en que el título es esencialmente mentira. El “decoding”, referiría, por un lado, a “decodificar” la vida de la mujer y su lucha, hasta ahí estamos de acuerdo, pero por otro, referiría a su información genética, la cual nunca es examinada sistemáticamente (lo fue en la vida real, pero bastante después de los eventos que se narran en la película). Las dos historias no convergen hasta el final de la película en un encuentro emotivo pero sin mayores consecuencias.
 
Una película de visión obligatoria para profesionales y público vinculados de alguna manera al tema, pero tal vez de interés menor para un público más general.


Víctor Raggio

jueves, 2 de enero de 2014

Elementos para una clarificación de los criterios críticos

La infrecuencia de encontrar reseñas en las que el crítico explique su método de evaluación cinematográfica no debería ahuyentarnos de la inquietud, sino más bien, al contrario, enfatizar ese hueco de silencio como sospecha. La crítica suele ser mezquina en tal sentido: le escamotea al lector la oportunidad de conocer los motivos por los cuales una película es considerada buena o mala, según los parámetros relativos al caso. Lo que resplandece en tal actitud es una opacidad de la ética crítica, que desplaza el marco del criterio en pos de la autoridad infundada. La vocación de la crítica popular, escrita para medios masivos, se basa en proveerle al lector los elementos básicos que hacen a la grandeza o demérito de un filme, a fin de orientar el consumo.
En una reseña de hace casi diez años el afamado -y respetado- Roger Ebert expuso con precisión su propio sistema, cuya verdad excede el estrato personalista y, aún pareciendo obvia en principio, tiene la fuerza de la simple sensatez. Ofrezco a continuación mi propia traducción.

Casi todos los meses recibo una dolorida carta de un lector queriendo saber cómo he podido ser tan ignorante de haberle dado tres estrellas a, digamos, HIDALGO, mientras que desestimo, pongamos, a Dogville con dos estrellas. Esta disparidad entre mi aprobación del kitsch y mi rechazo de la preocupación me revela, obviamente, como un imbécil superficial que haría cualquier cosa para congraciarse con sus lectores.
Lo que estos corresponsales no entienden es que para adular la sensibilidad de mis lectores exigentes haría mejor alabando Dogville. Se necesita más coraje para elogiar el entretenimiento pop; es fácil y seguro despachar un piadoso ensalzamiento de turgente pensamiento profundo. Es cierto, me encantó Anaconda y pienso que The United States of Leland no funcionó, pero ¿significa eso que babeo sobre el teclado y prefiero las serpientes devoradoras de hombres a la desesperación suburbana?
Para nada. Lo que significa es que el sistema de puntaje de estrellas es relativo, no absoluto. Cuando le preguntas a un amigo si Hellboy es buena, no estás preguntándole si es buena comparada con Mystic River, sino si es buena comparada con The Punisher. Y mi respuesta sería, en escala de uno a cuatro, si Superman (1978) es cuatro, entonces Hellboy es tres y The Punisher, dos. Del mismo modo, si American Beauty obtiene cuatro estrellas, entonces Leland rondaría las dos.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Antiviral



Antiviral. Brandon Cronenberg (dirección y guión). Canada, 2012.


Contexto:
1. el capitalismo tardío se ha caracterizado por convertir todo en una mercancía. Las celebridades son una mercancía hace rato; ¿desde Rodolfo Valentino o Charles Lindbergh? ¿o antes?; 2. esta es la primera película del hijo de Cronenberg. No, esperen…yo que sé, “Il postino” (Michael Radford, 1994), o algo por el estilo. Algo realmente raro tiene que pasar. Y pasa.

Referencias:
1. Ballard: ciertas obsesiones modernas, el cuerpo y las obsesiones como mercancía. Las celebridades como representaciones de nuestras obsesiones, como vemos sobre todo en “La exhibición de atrocidades”; 2. Papá: algo de “Shivers” (1975), “Rabid” (1977) y, tal vez, “Videodrome” (1983); 3. Tal como leí por ahí (Black Static #33, junio 013): “Death Watch” (La mort en direct (Bertrand Tavernier, 1980)).

Argumento:
“The Lucas Clinic” vende un producto muy peculiar, cepas de microorganismos que infectaron a celebridades. Las propias celebridades venden muestras a las clínicas, así los fans pueden infectarse con exactamente el mismo virus que sus ídolos/obsesiones. La estrella exclusiva de la clínica es Hannah Geist, sex symbol total, a pesar que se rumorea que no tiene vulva.
Syd March, trabaja en la clínica y paralelamente vende las cepas en el mercado negro contrabandeándolas en su propio cuerpo.
Una trama policíaca/conspirativa que involucra una nueva clase de virus mortal artificial, al doctor de la familia de Hannah Geist (interpretado por nada menos que Malcolm McDowell), el mercado negro de virus y células clonadas a partir de muestras obtenidas de celebridades, a la firma –competencia de la Lucas Clinic- Vole & Tesser, cláusulas legales, marketing y una obsesión por las celebridades que lo impregna absolutamente todo. Y al final hasta la muerte es una oportunidad de negocio. “Más allá” se llamará a la línea de productos.

¿Qué queda dando vueltas en la cabeza?:
Si la CF futurista es extrapolación de tendencias actuales, entonces, es lícito pensar que el cuerpo y las obsesiones, seguirán convirtiéndose en mercancías y aparecerán nuevas formas de explotarlas como tales.
Asimismo, la obsesión por las celebridades (a veces ni siquiera celebridades) parece ir en aumento y ser una mercancía excelente. La cita de William Burroughs sobre la adicción a las drogas, podría ser fácilmente adaptada a la estupidez televisiva como mercancía: «La droga es el producto ideal...La mercancía definitiva. No hace falta literatura para vender. El cliente se arrastrará por una alcantarilla para suplicar que le vendan...El comerciante de droga no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. No mejora ni simplifica su mercancía. Degrada y simplifica al cliente».
El propio Cronenberg hijo lo explica: “La cultura de las celebridades fetichiza completamente el cuerpo y por ende pensé que el film debería también fetichizar el cuerpo – de una forma muy grotesca." ("Cronenbergs Bring Father-Son Story to Cannes: Brandon Cronenberg's Antiviral a Genre Film Like Father's Early Work". CBC News. 2012-05-22).
En la película, las formas de lo grotesco van desde la microestructrura de un virus a la macro red global de comunicaciones (y estupidizaciones mercantiles), pasando por una ciudad futurista semidistópica apenas vislumbrada.
Una de las preguntas más importantes para el siglo XXI: ¿terminaremos de convertirnos en una masa cultivada artificialmente, infectada e informe de consumidores? ¿O en nosotros? Los Cronenberg dan una manito más para que sea lo segundo.

Víctor Raggio

lunes, 14 de octubre de 2013

El hombre de al lado



El hombre de al lado. Mariano Cohn, Gastón Duprat (dirección); Andrés Duprat (guión). Argentina, 2009.


Un peliculón. Al decir de Homero Simpson, sobre “la bola en la ingle” (Los Simpson, Temporada 6, Episodio 18, 1995), funciona a varios niveles. 
 
En primer lugar, funciona notablemente como un cuento paranoide de amenaza exterior. En este sentido es genial. Es un clásico de los cuentos de misterio o de detectives tener una buena vuelta de tuerca. Acá la vuelta de tuerca dura 60 minutos. Empecé pensando que iba a ver Cabo de Miedo (Cape Fear, Martin Scorsese, 1991) o algo así, y terminé viendo… bueno, no sé.
 
En segundo lugar, la “pintura” de los personajes. Leonardo es una mierda. Pero no es una mierda cualquiera. Cuesta un poco de trabajo darse cuenta que es una mierda. Es una mierda con cierto talento, o por lo menos con éxito en actividades creativas. A no ser que las ideas se las robe a otros, como la mierda que es. Es una mierda culta. Da miedo pensar que en algún momento hasta podemos identificarnos con una mierda como él.
 
En tercer lugar: la ventana. La pequeñez del conflicto. O su enormidad: la invasión. Y de nuevo una vuelta de tuerca: la invasión parecía ser a la privacidad; pero no…, eso se arregla con una cortina; es una invasión mucho peor, a la clase social, al mundo privado de privilegios, a un “nosotros” que se define excluyendo a los “otros”. Una invasión de algo que no se quiere ver. El mundo de la alta cultura, invadido por la grasada. En este nivel, el del clásico cine social latinoamericano, también funciona maravillosamente. Creo ver algo de Teorema de Pasolini (1968), no en la significación filosófica, sino el choque con los otros; las clases inferiores, no son… bueno lo que carajo sea que pasa en Teorema, sino que el problema es simplemente tenerlos al lado. Los turistas pelotudos que quieren sacarse fotos con la casa (que es hecha por Le Corbusier), simplemente rompen las bolas, pero Víctor es peligroso: pretende ser un igual, pretende tener los mismos derechos que los ricos con los que se relaciona Leonardo. Y hasta pretende ser un amigo. 
 
No vi aún Elysium (Neill Blomkamp, 2013), pero por lo que se ve de los trailers, sería una solución final deseable para Leonardo. Un típico habitante de una Latinoamérica de barrios privados y de cada vez mayor segregación socio-geográfica, que muchos defienden como un derecho propio y otros vemos como uno de los problemas más serios (y difíciles de solucionar) para nuestras sociedades.
 
En cuarto lugar, tiene escenas individuales que funcionan 100%: el regalo de la escultura, el diálogo sobre el “tío Carlos”, cuando la estudiante rechaza a Leonardo en su intento de cogérsela (con la satisfacción inevitable que provoca, a esa altura de la película queda claro lo detestable que es), las varias escenas con la silla de diseño (fuente de los éxitos de Leonardo) como medida de sus relaciones humanas. La escena final, con el teléfono modernoso y de diseñador, que los une y los separa, los comunica y los incomunica, es maravillosa. En un extremo, uno podría pensar que para que no se “contamine” su teléfono de pitucón, Leonardo está dispuesto a dejar morir a un semejante (y que además salió a defenderlo). En el otro extremo sería una metáfora sobre la inevitable segregación cultural de la que todos somos parte; de las dificultades para comunicarnos con otros que hablan español y viven a unas cuadras, pero con los que no tenemos diálogo alguno (y con los que tal vez sea imposible tenerlo, al menos por un buen tiempo y en las actuales condiciones).
 
Y al final la ventana se tapa. Es incómoda, pero mírenla.

Víctor Raggio


lunes, 30 de septiembre de 2013

2001, libro y novela(s)

2001: A Space odyssey. Stanley Kubrick (dirección y guión), Arthur C. Clarke (guión). 1968, EEUU y Reino Unido.

Siempre se vuelve a 2001. Hace poco conversaba vía Facebook con el periodista y escritor uruguayo Pablo Silva Olazábal, que estaba ligeramente confundido con respecto a la relación novela-película de la obra maestra de Kubrick, en tanto creía, parecía a primera vista, que la película estaba "basada" en la novela publicada también en 1968 por Arthur C. Clarke, lo cual, se sabe, no sucedió de esa manera, ya que libro y película fueron escritos más o menos al mismo tiempo (aunque Clarke terminó primero la novela). Ambas obras, de todas formas -y aquí está lo que quizá quería decir en verdad Olazábal-, tomaron como punto de partida un texto anterior, un relato de Clarke titulado "El centinela" y publicado en 1948. Esta nota, entonces, se propone dar unas vueltas a la relación entre película y novela (novelas, ya que Clarke expandió la historia escribiendo tres libros más) con el cuento, y, de paso, a las diferencias más fáciles de ver entre las tramas de ambas (dejando de lado la más que notoria sustitución de Júpiter, en la película, por Saturno, en la novela, gesto del que Clarke se arrepintió a lo largo del resto de su serie novelística sobre los monolitos).
 
Se puede comenzar por el final: el célebre feto cósmico. Es fácil leerlo como una alusión al nacimiento del superhombre, por llamarlo de alguna manera. El astronauta Bowman ha atravesado el infinito (recordemos el título de la última sección de la película: "Jupiter y más allá del infinito" -o quizá "Júpiter y, más allá, el infinito") y vuelto a nacer. Este final es todo sugerencia, por supuesto; evidentemente es dificil que se nos convenza de que ese feto gigante está realmente allí orbitando la Tierra, por lo que se vuelve tentador meterse en el territorio de la interpretación. Bowman, cabe pensar, ha mutado, ha trascendido la condición humana y ha renacido, y eso se nos muestra, se nos sugiere, a través de una suerte de metáfora visual. ¿O no? En cualquier caso aquí va una de las primeras diferencias que quiero señalar entre la novela y la película: Clarke nos ofrece una interpretación, hace moverse a Bowman -que realmente está allí, orbitando la Tierra, aunque no se lo describa como un feto-, quien desvía unos misiles y por lo tanto interviene -él, que fue humano- en la historia humana. A la vez, en las secuelas nos explica con claridad que lo que sucedió después de que Bowman abandonó su nave y se internó en el monolito (entendido ahora claramente como una suerte de sistema de transporte) fue que Bowman evolucionó, que, gracias a los creadores del monolito, el astronauta se ha convertido en más que humano. Clarke, como buen escritor de ciencia ficción dura, necesita explicar, necesita eliminar las opciones metafísicas (por llamarlas de alguna manera); por eso, claramente, sus novelas son inferiores a la película de Kubrick, al menos en cuanto a su potencial de significados.
  
En cualquier caso, la idea de un humano "asistido" por inteligencias alienígenas (o la de la humanidad asistida por un trans-humano) no es ajena a la película; al comienzo vemos precisamente eso: un monolito negro aparece entre unos homínidos y, después de un tiempo indeterminado, estos ancestros de la humanidad descubren el uso de las herramientas y las armas. Cabe interpretar (aunque es un poco post hoc ergo propter hoc: estamos tentados a creer que el misterioso monolito es la causa de la invención de las armas) que algo (digamos los "extraterrestres", pero también cabría pensar, por qué no -la película lo permite, por supuesto-, en la divinidad, o cabe pensar, aunque sea la opción más aburrida imaginable, que ese monolito no es sino otra metáfora visual) ha plantado el monolito para que influya en los homínidos y los haga "evolucionar" hacia la conciencia y la inteligencia (inseparable, cabría pensar, del uso de herramientas para modificar el entorno). Clarke, una vez más, se encarga de decirnos eso claramente: uno de los homínidos (que incluso recibe un nombre, Moonwatcher, lo cual es un poco gracioso, a mi entender, dado que para que un homínido que no ha desarrollado aún el idioma tenga nombre es necesario un narrador, y Clarke parece no darse cuenta de que ese gesto llama la atención sobre algo que no le interesa hacer: darle espesor a la voz que narra su novela) mira en el monolito una suerte de "transmisión" destinada a la mejora de su mente, como si el misterioso artefacto negro fuese una suerte de pantalla de televisión.
 
Pero pensemos de nuevo en el feto cósmico: un feto requiere una placenta que lo nutra, por lo que ese contacto con entidades interesadas en la evolución humana parece reafirmarse también al final de la película. Algo -¿el universo?- está nutriendo a ese nuevo humano evolucionado, a ese niño estelar. Más allá de que creamos o no que hay algo más bien material y no tan simbólico o metafórico en ese feto gigantesco, Kubrick, repito, se encarga de sugerirnos que algo o alguien puede todavía estar nutriéndolo.
 
En "El centinela", el ur-texto de la película y las novelas, nada de esto sucede. El equivalente del monolito, de hecho, es un artefacto sepultado en la Luna, cuya función aparece como simplemente enviar una señal a través del espacio apenas los seres humanos hayan desarrollado la tecnología necesaria para desenterrarlo. Si bien en 2001 esto aparece con cierta claridad (en la escena del crater lunar y la Anomalía Magnética Tycho 1, que resulta tan importante a la hora de ponerse a pensar por qué pudo haber enloquecido HAL9000), es evidente que uno de los temas que sirven de eje a la película -el de la evolución asistida, digamos, que conecta la primera y la última de las secciones- es precisamente lo contrario. En lugar de esperar a que los humanos lleguen a la Luna, como los alienígenas de "El centinela" y su alarma cósmica (pase lo que pase después: comité de recepción, vendedores de la enciclopedia galáctica en la puerta, testigos de Jehová interestelares o un pequeño ejército enviado a aniquilar), los de 2001, en cambio, se encargan de propiciar esa llegada (algo parecido a lo que sucede en Prometheus); también han dejado, cabe suponer, un monolito destinado a notificar la llegada, pero es muy diferente pensar que los alienígenas han guiado la evolución humana que pensar que, simplemente, se han limitado a poner una suerte de alarma cósmica. Clarke, en la más senil de sus secuelas de 2001 (la última, 3001; la más pintoresca es, sin duda, 2061, al menos en cuanto a sus escenas en Europa, el satélite de Jupiter), nos dice -insisto en esto: nos lo dice, no lo sugiere- que los alienígenas, en realidad quieren destruir a la humanidad y que el monolito era, apenas, un sistema de alarma. Evidentemente acá lo que pasó es que el viejo Clarke se olvidó de Kubrick (o quiso despegarse de la sombra de un artista superior a él) y regresó a su cuento de 1948; si pensamos, entonces, en la saga completa de las novelas de Clarke -2001, 2010, 2061 y 3001-, la historia es más o menos así: ciertos aliens propician la evolución humana, guían a los humanos hacia el espacio, convierten a uno en una suerte de entidad intermedia entre ellos y la humanidad no evolucionada, propician la evolución de seres inteligentes en otras regiones del sistema solar (Europa, como se ve en 2010 y 2061) y, finalmente, intentan destruirlos. Quizá valga la pena omitir lo que se desprende de 3001 (con su final a la Independence day y todo), pero me parece más interesante retener la idea de que Clarke lo que termina por hacer es podar el árbol posible de 2001 y ofrecernos una saga bastante tonta -al menos en comparación con otras grandes ficciones de la superación o evolución humana, como Más que humano o, por supuesto, la monumental Dune. En otras palabras: si la película de Kubrick se expande a innumerables interpretaciones, la saga de Clarke hace el movimiento contrario: libro tras libro va acotándose, reduciéndose, hasta la irrisión final. Pero ¿quién se acuerda ahora de Clarke? Pronto, me parece, ni los fans de la CF lo van a leer con el mismo entusiasmo que, digamos, se lo leía hace 30 años (que, a su vez, es una versión muy reducida de su recepción entre 1940 y 1960). Y es una pena, porque implicaría olvidar novelas tan maravillosas como El fin de la infancia, donde Clarke sí se toma un poco más en serio el tópico de la evolución futura de la humanidad, o La ciudad y las estrellas, quizá su obra maestra, o esa novela comparativamente menor pero deliciosamente melancólica que es Cánticos de la lejana Tierra.

Alguien dijo que la reacción de Kubrick a las quejas sobre que su película era ininteligible fue que eso era el efecto esperado, y que quien creyese haberla "entendido" al primer visionado, seguro se equivocaba. Es fácil imaginar a Clarke, en última instancia un científico, un tipo orgulloso de haber realizado ciertas predicciones de corte científico-tecnológico, apartándose de esa actitud; debía hacerlo, de hecho, si quería mantenerse en su perfil intelectual y literario. Quizá la escritura de las tres novelas que siguieron fue su manera de reafirmar lo poco que tuvo que ver con la apertura de significados de la película de Kubrick. ¿O quizá él estaba seguro de que la película quería decir eso y sólo eso? Es imposible dar una respuesta, por supuesto, pero sería un poco desatinado pensar que Clarke no fue capaz de entender que 2001 fue pensada -entre otras cosas- como una máquina de sugerir, tanto en imagen como en sonido como en historias; en última instancia, película y novelas pueden ser pensadas, platónicamente, como dos sombras diferentes del mismo arquetipo. O, también, cabe pensar que las novelas están contenidas en la película, que son un recorte de la película, y que en la obra de Kubrick hay mucho más. Conclusión provisoria: dentro de la obra de Clarke, en cualquier caso, hay que quedarse con "El centinela".

lunes, 16 de septiembre de 2013

El regreso de un dios

ドラゴンボールZ 神と神 (Dragon Ball Z: la batalla de los dioses). Masahiro Hosoda (dirección),
Yūsuke Watanabe (guión). Japón, 2013.
No es fácil explicarle el encanto de DBZ a quién no conoce nada sobre la serie. Hay algo demasiado poderoso, oculto tras un velo de inocencia y personajes que tocan sentimientos básicos sin perder personalidad o gracia. Hablan de amistad, familia, orgullo, maldad, sabiduría, sacrifico y legado con poderes capaces de destruir planetas enteros en cuestión de segundos… y me estoy quedando corto.
Dieciocho años es mucho tiempo para los fanáticos, más cuando reciben una continuación apócrifa (con poco gusto a “Z”) y un revival abreviado de una serie que consta de 291 capítulos, y que ya hemos visto más de una vez, a fuerza también de no tener más nada, ni siquiera esperanzas de un regreso.
 
Pero todo eso cambió este año con la llegada de La Batalla de los Dioses.
 
Todos los personajes han vuelto a su forma original. Nada de nuevos diseños ni cortes de pelo que no existe. ¡Esto es Dragon Ball Z! Independientemente de la trama, volvemos al mundo que todos reconocemos, volvemos a casa. No tengo intenciones de derribar a Dragon Ball GT y pegarle patadas en el piso, hasta me atrevo a decir que algunos de sus condimentos no saben tan mal, pero todos sabemos que la letra más poderosa y nostálgica se ubica la final del abecedario. 
 
Ahora, esta película es para los fanáticos y nada más que para ellos. No es la mejor OVA de la serie, está lejos de serlo. La acción no es el ingrediente principal, por el contrario, para tratarse de Dragon Ball hasta podríamos decir que está muy alejada de la formula destructiva. Aquí predomina el humor y el constante agasajo hacia los viejitos seguidores de la serie. Casi todos los personajes tienen su momento o aparición fugaz. Referencias y guiños que, si poco conocen sobre los guerreros Z, no entenderán nada, pero disfrutarán de una animación de una calidad soberbia y fluida (aunque dudo de la capacidad de envejecimiento de algunos 3D).
 
La trama se centra en el personaje de Bills, conocido como “El Dios de la Destrucción” que sale en busca del “Saiyajin Dios”, a quién pudo ver en sueños,  para así retarlo en combate. Un antagonista claramente inspirado dioses egipcios (Seth y Sekhmet más específicamente), con un desarrollo adecuado para una cinta de menos de una hora y media de duración. Con un final inesperado, el cual generará un montón de negativas, pero sumamente acertado para lo que pretende ser esta película: una ventana de lo que vendrá. Un tráiler de más de una hora que promete un regreso, pero comienza con un mensaje implícito para los fans: “disculpen el retraso de más de una década, les dejamos algo para ir haciendo base, pero todavía falta para el plato principal”. 
 
Con Internet, el mundo del animé se ha vuelto sumamente accesible, descubriendo series que trascienden lo infantil o su carácter de “dibujito”. Hoy en día, el vecino hipster de bigote utiliza la palabra shinigami para describir cualquier cosa que quiera hacerla sonar cool, pero poco entienden de la magia que se inició en los 80s y, definitivamente, no entenderán La Batalla de los Dioses.
Les repito que esta no es la mejor OVA de la serie hasta la fecha, aunque quizás la más inteligente de todas, pero caer en esa premisa nos aleja del mensaje real de esta cinta. Como decía McLuhan: “el medio es el mensaje”; y esto se aplica perfectamente. La Batalla de los Dioses es el mensaje aquí. Un mensaje que deja en claro que los verdaderos fanáticos están siempre ahí, como perros fieles que esperan la vuelta del amo, que DBZ no desapareció, que esto solo sea el comienzo del regreso pero, por sobre todo, que el mundo entero está dispuesto a darle a Goku su energía una vez más para formar la Genki Dama más grande de todas y que pocas cosas en este universo son tan fuertes como un Super Saiyajin. El éxito que ya ha generado está cinta a nivel mundial (aunque se descanse en expectativas y nostalgias), ha activado varias alarmas para contestar la pregunta de si el mundo todavía quiere ver a los guerreros Z. El niño que llevamos dentro reclama el regreso de Toriyama a nuestras vidas, y eso se refleja en las repercusiones que ha tenido esta película, donde decimos “gracias por haber hecho de nuestra infancia un lugar inolvidable”.
 
Lo mejor todavía está por venir en el eco del Kame Hame Ha que tanto extrañábamos.

Salud.

Ignacio Viera (publicada originalmente en el blog Kabuki Salad)