El hombre de al lado. Mariano Cohn, Gastón Duprat (dirección); Andrés Duprat (guión). Argentina, 2009.
Un peliculón. Al
decir de Homero Simpson, sobre “la bola en la ingle” (Los Simpson, Temporada 6,
Episodio 18, 1995), funciona a varios niveles.
En primer lugar,
funciona notablemente como un cuento paranoide de amenaza exterior. En este
sentido es genial. Es un clásico de los cuentos de misterio o de detectives
tener una buena vuelta de tuerca. Acá la vuelta de tuerca dura 60 minutos. Empecé
pensando que iba a ver Cabo de Miedo (Cape Fear, Martin Scorsese, 1991) o algo
así, y terminé viendo… bueno, no sé.
En segundo
lugar, la “pintura” de los personajes. Leonardo es una
mierda. Pero no es una mierda cualquiera. Cuesta un poco de trabajo darse
cuenta que es una mierda. Es una mierda con cierto talento, o por lo menos con
éxito en actividades creativas. A no ser que las ideas se las robe a otros,
como la mierda que es. Es una mierda culta. Da miedo pensar que en algún
momento hasta podemos identificarnos con una mierda como él.
En tercer lugar:
la ventana. La pequeñez del conflicto. O su enormidad: la invasión. Y de nuevo
una vuelta de tuerca: la invasión parecía ser a la privacidad; pero no…, eso se
arregla con una cortina; es una invasión mucho peor, a la clase social, al
mundo privado de privilegios, a un “nosotros” que se define excluyendo a los
“otros”. Una invasión de algo que no se quiere ver. El mundo de la alta
cultura, invadido por la grasada. En este nivel, el del clásico cine social latinoamericano,
también funciona maravillosamente. Creo ver algo de Teorema de Pasolini (1968),
no en la significación filosófica, sino el choque con los otros; las clases
inferiores, no son… bueno lo que carajo sea que pasa en Teorema, sino que el
problema es simplemente tenerlos al lado. Los turistas pelotudos que quieren
sacarse fotos con la casa (que es hecha por Le Corbusier), simplemente rompen
las bolas, pero Víctor es peligroso: pretende ser un igual, pretende tener los
mismos derechos que los ricos con los que se relaciona Leonardo. Y hasta
pretende ser un amigo.
No vi aún
Elysium (Neill Blomkamp, 2013), pero por lo que se ve de los trailers, sería una
solución final deseable para Leonardo. Un típico habitante de una Latinoamérica
de barrios privados y de cada vez mayor segregación socio-geográfica, que
muchos defienden como un derecho propio y otros vemos como uno de los problemas
más serios (y difíciles de solucionar) para nuestras sociedades.
En cuarto lugar,
tiene escenas individuales que funcionan 100%: el regalo de la escultura, el
diálogo sobre el “tío Carlos”, cuando la estudiante rechaza a Leonardo en su
intento de cogérsela (con la satisfacción inevitable que provoca, a esa altura
de la película queda claro lo detestable que es), las varias escenas con la
silla de diseño (fuente de los éxitos de Leonardo) como medida de sus
relaciones humanas. La escena final, con el teléfono modernoso y de diseñador,
que los une y los separa, los comunica y los incomunica, es maravillosa. En un
extremo, uno podría pensar que para que no se “contamine” su teléfono de
pitucón, Leonardo está dispuesto a dejar morir a un semejante (y que además
salió a defenderlo). En el otro extremo sería una metáfora sobre la inevitable
segregación cultural de la que todos somos parte; de las dificultades para
comunicarnos con otros que hablan español y viven a unas cuadras, pero con los
que no tenemos diálogo alguno (y con los que tal vez sea imposible tenerlo, al
menos por un buen tiempo y en las actuales condiciones).
Y al final la
ventana se tapa. Es incómoda, pero mírenla.
Víctor Raggio