viernes, 12 de julio de 2013

Un buen día para ver cualquier cosa



A good day to die hard. John Moore (dirección), Skip Woods (guión). Estados Unidos, 2013.


Hace unas semanas hice un viaje a Sidney, Australia (no, no era el vuelo 815). Un día entero de viaje. El “sistema de entretenimiento de la nave” incluía: A Good Day to Die Hard, quinta entrega de la saga “Duro de matar” (que arrancara John McTiernan en 1988). No me voy a hacer el fino, las otras cuatro las había visto (y no puedo decir que me hayan aburrido), además, había oído que una parte de la película transcurre en las inmediaciones de Chernobyl (tema que me interesa por otras cosas) y, lo más importante, tenía varias horas de vuelo por delante.
 
La película es toda inverosímil. En una de las primeras escenas, un taxista de Moscú se niega a cobrarle el viaje a John McClane porque este lo escuchó (pacientemente, hay que decirlo) cantar una horrible versión de “New York, New York”. Pero no es mentirosa. Después de esto, que las escenas de acción sean totalmente inverosímiles, no sólo no molesta sino que se hace casi imprescindible.
 
Last Action Hero (1993), del mismo John McTiernan que iniciara esta saga, era una linda peliculita que se basaba en “denunciar” las incongruencias de las películas de acción de Hollywood con, nada menos que, la realidad. En una de las escenas más memorables, el personaje de Arnold Schwarzenegger, llamado Jack Slater, se cae dentro de un pozo de alquitrán (creo que era en el famoso Rancho La Brea en Los Angeles, googléenlo cualquier cosa). En la siguiente escena, para la que no pasaron más de dos minutos, Slater se está sacando, ¡con un pañuelo!, los últimos restos de petróleo de la cara. Esa escena es genial. Sobre el final de “A good day…”, cuando la acción va in crescendo y se dan las necesarias vueltas de tuerca, Bruce Willis es blanco de 3.246.532.364 disparos, pelea mano a mano con un helicóptero de combate, se tira con un camión desde dentro del mismo helicóptero (en serio), estuvo en Chernobyl* varias horas sin ningún traje de protección, atravesó varios ventanales… Y en la escena siguiente, muertos los malos, ¡aparece con una vendita en el brazo! Un cortecito de 3 centímetros, capáz que ni siquiera tuvieron que darle unos puntitos.
El cine es entretenimiento. Y no sería entretenido ver a John McClane, pasando 23 días en el hospital recuperándose, haciendo fisioterapia 3 veces por semana o haciendo la cola para cobrar la pensión por enfermedad. ¿No? La vida no es como el cine de Hollywood, ¿no?

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* Si bien es cierto que los niveles de radiación actuales no son tal altos. Incluso hay tours a la zona de Chernobyl y Pripyat, e incluso algunos plantean que hay una explosión de la fauna en los alrededores debido a la ausencia de seres humanos. Un interesante artículo al respecto en la revista Wired.


Víctor Raggio


lunes, 8 de julio de 2013

Guerra Mundial Z: La victoria del plan B



World War Z . Mark Foster (dirección); Matthew Michael Carnahan (guión, basado en la novela homónima de Max Brooks). Estados Unidos, 2013.


Nada de invasiones alienígenas, ni metáforas de la sociedad de consumo, ni alguna otra elaborada diacronía sobre la caída de la civilización. Hagamos una película donde los zombis sean zombis, sin vueltas.
Guerra Mundial Z gana cuando hace convivir dos fórmulas que parecen opuestas, pero que se complementan muy bien:

1) Menos es más. (El argumento)
Sacando una o dos escenas, en las que para que el relato continúe es necesario darle forma de explicación, la película no se detiene en buscarle la vuelta al asunto de los zombis, ni desde las conspiraciones, ni desde un probable génesis científico. Tampoco se narra poniendo el foco en la supervivencia, cosa que ya hemos visto en otros ejemplares del género. Simplemente se apoya en el saber colectivo acerca de estas criaturas y elabora una interminable sucesión de giros, basados en una misma estructura: el plan A no funciona.
Desde esa premisa, el relato podría ser infinito. Voy a intentar explicarlo muy brevemente y sin spoilers. Hagamos el siguiente experimento: ponemos un ratón en el extremo de una habitación vacía. En el centro hay un queso (entendamos que el ratón quiere ir al queso). El primer camino que eligirá será ir derecho, entonces le ponemos un obstáculo. Elige rodearlo, y encuentra otro obstáculo. Y así sucesivamente, ante cada opción del protagonista habrá un nuevo impedimento. Es la estructura del plan B, que consigue generar niveles de paranoia inagotables. Un laberinto circular que se va cerrando en espiral hacia su eje.

2) Más también es más. (La dimensión)
El apocalipsis zombi ya no puede reducirse a un pueblito yanqui. La cosa ultimamente está en lo descomunal. Acá hay masas. Una ola de zombis capaz de trepar los muros de Jerusalem, no por sus capacidades individuales, sino por la cooperación inconsciente, como vimos en el trailer: se mueven como una masa de hormigas.
La plaga (no en el sentido clínico sino en la magnitud) es mundial, y se expande a velocidades alarmantes. Sin embargo, obedeciendo a esa idea de espiral que se va cerrando sobre su eje, arranca desde lo multitudinario, desde metrópolis infestadas de víctimas y masas de contagiados, para ir arrinconándonos poco a poco en lugares más estrechos. Desde helicópteros bombardeando una montaña de alienados, hasta una habitación de vidrio en la que el héroe se enfrenta cara a cara con un zombi.
De todos modos, queda claro que la película opta por la primera fórmula. La segunda, la de la magnitud, está puesta para ser desarticulada deliberadamente en pos del "menos es más".

No es un dato menor que la productora de Brad Pitt se llame “Plan B”, ni lo es el hecho de el propio autor de la novela original, Max Brooks (hijo de Mel), haya criticado la linealidad del guión, defendiendo la estructura periodística que le había dado a su novela. Ahora, lo que creo que se propuso la producción no fue realizar una adaptación de la novela, sino utilizar su argumento para generar otro producto: una película que, a pesar de tener todos los atractivos que la Industria ofrece hoy en día, busca darle la espalda a la desmesura del cine masivo contemporáneo para ir, en un strip-tease de recursos, desenmascarando la cuestión del miedo a lo diferente.

La crítica de Brooks se entiende un poco más allá de su narcisismo. Si nos quedamos con el hecho del protagonista único que desde afuera hacia adentro del conflicto se pone al hombro el destino de la humanidad. Eso es criticable hasta cierto punto, porque no se puede esperar otra cosa del cine norteamericano. Pero desde el punto de vista del ritmo, que articula los recursos argumentales, si bien sigue una linealidad, lo hace en forma espiral, hasta el centro del laberinto. Y por eso tiene un atractivo diferente. Mantiene una tensión constante, gracias a la sencillez de la fórmula, a partir de un argumento muy pero muy simple.

Sólo porque encuentro en el disparate una forma de placer, diría que para buscar un antecedente de esta película habría que remitirse a Máxima Velocidad (1994) o a Crank (2006). No por el tema, sino por la construcción del relato. El personaje encarnado por Brad Pitt se desenvuelve según su frase de cabecera "movimiento es vida", por eso se ocupa de eludir todas las trabas que parecen forzarlo a encerrarse y quedarse quieto. En los dos antecedentes que mencioné aparece esa misma idea. En la primera, si el colectivo frena, explota. En la otra, el protagonista debe generar adrenalina para no morirse.
La sensación paranoica no se genera por el acecho de las criaturas (que lo hay) sino por la certeza de que lo quieto está destinado a la muerte. En ese sentido, la historia que se desarrolla mediante la fórmula del movimiento, se resuelve finalmente sin contradecir la premisa inicial.

Juan Pablo Cozzi